viernes, 15 de marzo de 2019

La torre de San Bartolomé refulge tras su restauración



Quizás quede algo pretencioso utilizar el verbo 'refulgir' en un título para un artículo pero es que esa palabra es la que mejor define el resultado de la intervención en la torre de la iglesia de San Bartolomé. Cuando la arquitecta Lola Robador, responsable del equipo que ha llevado a cabo la obra, me hablaba de la importancia de utilizar pigmentos naturales en los edificios históricos siempre me hacía alusión a la luz, en cómo incide la luz en estos pigmentos. "Nada que ver con las pinturas plásticas", me comentaba. Y ahora entiendo a qué se refería y el por qué de su "obsesión".






Un año después de que comenzaran las obras de rehabilitación del campanario de San Bartolomé, la retirada de los andamios da por finalizada una obra que, por desgracia, no se ha podido completar al cien por cien por falta de fondos. El proyecto planteaba la posibilidad de recuperar la cúpula que remataba la torre hasta los años cincuenta del siglo pasado. Su recuperación obedecía tanto a criterios estéticos como prácticos, ya que uno de los principales problemas estructurales de la torre era precisamente la ausencia de la cúpula, lo que motivaba el acceso de agua al interior con el consiguiente daño. Ante la imposibilidad de reconstruir la cúpula se ha optado por un solución que garantiza la estanqueidad de la estructura.




La iglesia de San Bartolomé hunde sus raíces en la época medieval, pero su historia más reciente pasa por el diseño que Antonio Matías de Figueroa realiza a finales del siglo XVIII para sustituir al templo previo, en esta de ruinas. De las obras se encargarán varios maestros de obra como José Echamorro, Juan Romero o Fernando Rosales. En 1800 abría sus puertas al público como ejemplo de la corriente ilustrada que en esos momentos impregnaba la ciudad. Sus líneas neoclásicas se acompañaron de una rica decoración pictórica y de esgrafiados perdida ahora en gran parte. Con la rehabilitación de la torre se recupera en parte el cromatismo original del edificio, un color fundamental para entender el patrimonio sevillano. Solo hay que comparar la torre de San Bartolomé con sus contemporáneas de la iglesia de San Ildefonso para comprobar la diferencia entre unos pigmentos naturales y la pintura plástica de esta última. 


Quiero aprovechar este post para felicitar, una vez más, a Lola Robador por su trabajo, por la pasión que pone en cada trabajo al que se enfrenta, por su mimo hacia el patrimonio y, por supuesto, por su cercanía. 

Más información sobre el proyecto de recuperación de la Torre de San Bartolomé aquí

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