La reciente presentación del monumento al Costalero, que ya cuenta con el beneplácito del Ayuntamiento para su ubicación frente al Coliseo España ha vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre la calidad e idoneidad de muchas de las esculturas que se están colocando en nuestras calles en los últimos años. Desde Cultura de Sevilla queremos hacer un repaso por la evolución de los monumentos públicos en la ciudad para mostrar cómo las temáticas y formas se han ido adaptando más o menos a las corrientes artísticas durante siglos, una evolución que se ha visto interrumpida con la recuperación de un neorealismo que en muchas ocasiones no está a la altura de las muchas obras de incalculable valor que decoran nuestras calles y plazas.
Iniciamos el repaso con el templete de la Cruz del Campo, 'monumento' que no nació precisamente con un fin estético en sí mismo, sino como un símbolo religioso y de delimitación geográfica al igual que el de San Onofre en San Jerónimo. Sus orígenes se remontan al siglo XIV cuando, según algunos documentos, la Hermandad de Nuestra Señora de los Ángeles sufragaría su construcción. Sin embargo, si nos atenemos a las pinturas murales que decoran su bóveda, la inscripción hace referencia a don Diego de Merlo como impulsor de la construcción hacia 1482, si bien podría tratarse de una reconstrucción o redecoración del mismo. Su relación con la Semana Santa como última estación del Vía Crucis que se iniciaba en la Casas de Pilatos y el haberse convertido en la imagen de la conocida marca de cervezas quizás han influido en su indulto durante la expansión de la ciudad hacia el este, quedando hoy en día como testigo de un remoto pasado en el que el diálogo entre ciudad y su entorno natural era mucho menos agresivo.
Si tenemos que poner una fecha concreta como inicio de la construcción de monumentos públicos en Sevilla bien podría ser la de 1574, año en la que culminaron las obras de reurbanización de la Alameda de Hércules llevadas a cabo por el conde de Barajas. Esta zona de la ciudad había quedado dentro del perímetro de murallas almohades a pesar de su carácter inundable como brazo del río Guadalquivir. El paso del tiempo hizo que se convirtiera en una zona insalubre hasta que en la segunda mitad del siglo XVI se decide construir el que sería el primer jardín público de Europa. Para decorar la nueva zona de paseo se trajeron dos columnas romanas del edificio de la calle Mármoles que se remataron con dos espléndidas esculturas de Diego de Pesquera que representan a Hércules y a Julio César como fundadores míticos de la ciudad de Sevilla.
Julio César, obra de Diego de Pesquera |
Dos siglos más tarde Cayetano de Acosta construirá dos nuevas columnas para el extremo norte de la Alameda, rematándolas con sendos leones rampantes que sujetan los escudos de España y Sevilla. El espacio central de la Alameda se irá decorando, además, con varias fuentes, hoy desaparecidas y entre las que destaca la Pila del Pato.
Hércules, obra de Diego de Pesquera inspirada en el Hércules Farnesio |
Sin abandonar el siglo XVI nos encontramos con otro monumento público que si bien fue inaugurado en 1576, la imagen que vemos hoy en día corresponde a diferentes remodelaciones posteriores. Se trata de la fuente dedicada a Mercurio de la Plaza de San Francisco. La primitiva escultura fue diseñada por Diego de Pesquera y fundida en bronce por Bartolomé Morel, una pieza que remataba una fuente diseñada por Asensio de Maeda. En el siglo XVII se remodela y ya en el XVIII se decide hacer una nueva escultura al haber desaparecido la original. Finalmente, tras varios traslados, en 1974 se vuelve a instalar en la plaza de San Francisco, ocupándose de la reconstrucción de la fuente el arquitecto Rafael Manzano que recupera el modelo del XVIII y trae desde el Alcázar la figura de Mercurio.
Fuente de Mercurio, réplica de la fuente del siglo XVIII |
Del siglo XVII hay que destacar la Cruz de Cerrajería, conocida con este nombre por haber estado durante años en el cruce entre dicha calle y la de Sierpes. De nuevo un elemento religioso que acaba convirtiéndose en un monumento público como veíamos en el caso del templete de la Cruz del Campo. Tras su desmontaje y traslado al Museo de Bellas Artes en el siglo XIX, a principios del siglo XX el arquitecto Juan Talavera y Heredia decide recuperarla para el deleite público y la coloca hacia 1918 en el centro de la Plaza de Santa Cruz, precisamente en frente de su residencia privada, actual consulado de Francia.
Nos trasladamos de siglo para conocer los dos últimos monumentos previos a la que sin duda será la época dorada del Monumento público en Europa, el siglo XIX. La fuente de la Plaza de la Encarnación no sólo es la más antigua de Sevilla, datada en 1720, sino que puede presumir de ser de las pocas fuentes de la ciudad que no ha acabado muy lejos de su lugar original. Fue construida para suministrar agua corriente a los sevillanos y recibía sus aguas de los Caños de Carmona. En el siglo XIX cuando se construye el mercado de la Encarnación pasó al interior de la plaza como elemento decorativo, pero tras su derribo volverá a su emplazamiento original aunque con un uso más estético que práctico. Su situación actual es de auténtica desidia, un desprecio incomprensible que la tiene condenada al más absoluto de los abandonos al no estar en funcionamiento y sucia.
Fuente de la Encarnación cuando aún tenía agua |
Cerramos esta primera entrada dedicada a los monumentos públicos de Sevilla con uno de los más bellos, el conocido como 'Triunfo' que da nombre precisamente a dicha plaza en los alrededores de la Catedral y el Archivo de Indias. Su construcción se debe a los efectos del Terremoto de Lisboa de 1755 que hicieron grandes estragos en el caserío sevillano. Aquel 1 de noviembre de 1755, mientras se celebraba la festividad de Todos los Santos en una Catedral repleta de fieles, el movimiento de tierras hizo que el crucero de la misma se viniera abajo. Afortunadamente no hubo que lamentar víctimas mortales, lo cual se consideró un auténtico milagro (hecho que entronca con la imagen de Santa Justa y Santa Rufina sosteniendo la Giralda para evitar que se cayera durante el temblor). Como acción de gracias, el Cabildo Catedral decide levantar este monumento que se inauguró en 1757. La construcción es de una gran belleza, destacando el uso de mármoles de diferentes colores tanto en la peana como en el templete que cobija una bellísima imagen de la Virgen con el Niño. El conjunto se completa con una verja y unos faroles diseñados por Juan de Mencía.
Sin duda existen otra serie de monumentos de esta misma época como las fuentes de Mercurio (siglo XVI) y de Neptuno (siglo XVII) del Alcázar, la fuente de la Fama también en el Alcázar (siglo XVII) o la fuente de la Plaza de la Alianza (siglo XVIII) pero nos hemos querido centrar en aquellos monumentos que se encuentran en la vía pública y de mayor prestancia.
6 comentarios:
Las esculturas de Julio César y de Hércules de Diego de Pesquera están en muy mal estado. ¿Sería factible retirarlas y sustituirlas por copias? Lo prefiero antes que perderlas para siempre..
La Ley de Patrimonio aboga porque las piezas originales se queden en su sitio siempre que no haya una fuerza mayor que pueda dañarlas irreparablemente. Ese criterio fue el que se siguió para devolver el Giraldillo a lo más alto de la Giralda una vez restaurado.
Personalmente creo que este tipo de piezas deben quedarse en su lugar original siempre que se conserven y mantengan de manera regular y ser sustituidas por copias sólo si el deterioro es tan preocupante como para temer por la integridad de las piezas. En el caso de la Alameda, habría que valorar su estado de conservación porque me imagino que tras la limitación del tráfico por la zona su nivel de degradación se habrá reducido bastante.
¡Saludos!
Yo también estoy a favor de dejar las obras en su lugar original siempre que sea posible, no como hacen los italianos... pero en este caso creo que lo mejor sería sustituirlas, solo hay que ver la cabeza de Hércules..
Por cierto, el día que restauren las fachadas de la parte renacentista de la Catedral, ¿reconstruirán los elementos (escudos, medallones, pilastras etc..) que estén en muy mal estado como hacen con pináculos y cresterías? ¿Qué dice la la Ley de Patrimonio sobre estos casos?
Un saludo.
En ese caso concreto que comentas no lo sé, me imagino que dependerá del proyecto y la Comisión de Patrimonio deberá avalar por qué se opta o no por reconstruir un elemento desaparecido. Yo soy partidario de no reconstruir elementos decorativos ya que si los reconstruimos caemos en el falso histórico y si se hace, reconstruirlos de forma distinta como los pináculos de la catedral, que no se tallan, sólo se abocetan para que se note que no son los originales. Otra cosa es, por poner un ejemplo, lo que se hizo en el monumento a la Inmaculada donde fueron reconstruidos las caras de algunas esculturas porque eran irreconocibles. En este caso sí soy partidario de una reconstrucción para devolverle el sentido iconográfico a una figura concreta.
¡Saludos!
A mí los nuevos pináculos que se hacen me parecen idénticos, aunque claro, no hay ninguno original que nos haya llegado en perfectas condiciones.
Unos ejemplos:
http://www.mscartesanos.com/wp-content/uploads/2014/08/antes-y-despues-4.png
http://www.mscartesanos.com/wp-content/uploads/2014/08/41.png
Yo no veo mal reconstruir elementos siempre y cuando quede constancia de que no son originales, porque teniendo en cuenta los problemas que tiene la catedral, al final nos quedaremos sin elementos decorativos..
Gracias por las fotos, Sergio.
Según tengo entendido los nuevos pináculos están abocetados y no se llega al nivel de detalle que tenían los originales, pero viendo las fotos que has puesto es cierto que parecen idénticos.
El problema es cuando se llevan a cabo remodelaciones y no se deja constancia de qué es nuevo y qué no. Ha ocurrido en Plaza de España, se han sustituido paños cerámicos enteros sin dejar constancia de que eran nuevos, incluso copiando las firmas de los artistas originales. El tema de las intervenciones y la posterior documentación es algo que, lamentablemente, no siempre se cumple.
¡Saludos!
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