El proyecto frustrado de la biblioteca de la Universidad de Sevilla en el Parque del Prado es un ejemplo más de cómo hacer mal las cosas. El problema no empezó con la construcción de la biblioteca, sino bastante antes, cuando se decidió construir un parque en una zona que estaba destinada a otro tipo de usos, entre ellos, universitarios. Se construyó el parque obviando el Plan General entonces vigente y la Universidad se quedó sin espacio para su biblioteca. El actual PGOU intentó enmendar el entuerto, pero se encontró de pleno con los vecinos de la zona, que se opusieron a la construcción de esta infraestructura cultural.
Si bien el daño al parque es inadmisible, hay varias cosas a considerar. Lo primero es que los árboles fueron trasplantados a otros lugares por lo que no hubo destrucción de masa verde (como sí ha habido, por ejemplo, en la calle Carlos V sin que nadie haya protestado) y lo segundo es que este edificio no hacía más que sumar atractivo a una zona bastante degradada y abandonada, dándole sentido al parque y revitalizando la calle Diego de Riaño. Una vez empezadas las obras, lo normal hubiera sido terminarlas, y más cuando la famosa sentencia no prohíbe la construcción de la biblioteca sino que la deja en stand by porque a su entender, el Plan General no la justifica lo suficiente. Ante esta tesitura, el Ayuntamiento bien podría modificar el Plan puntualmente para definir que el lugar de la biblioteca es el actual, se acabaría el problema y la obra podría continuar, ganando la ciudad un edificio emblemático y la Universidad un centro de primera categoría donde guardar sus joyas literarias. Sin embargo, el Ayuntamiento no está por la labor de modificar el Plan para un asunto cultural (otro gallo cantaría si fuera un centro comercial, claro está) y así se ahorra tener que enfrentarse a los vecinos de la zona.
La que sale perdiendo en todo este asunto no es otra que la propia ciudad de Sevilla, que ve cómo un edificio de una de las arquitectas más importantes del mundo se sustituye por otro vulgar edificio que compartirá calle con el Pabellón de México en la avenida de Eritaña, frente a la Casa Rosa. Sólo hay que echarle un vistazo al boceto para ver que el edificio no aporta absolutamente nada a la arquitectura de la ciudad y mucho menos al lugar donde se asentará. La Universidad de Sevilla debería plantearse seriamente la calidad de los edificios que construye porque está llenando la ciudad de engendros poco afortunados estéticamente. Un daño colateral lo sufre el Museo Arqueológico, que ve hipotecada una posible ampliación en el futuro ya que precisamente era éste el terreno planteado para ello.
Lo único positivo de todo este asunto es que con el cambio de ubicación y edificio, el coste del mismo será sensiblemente inferior, pasando de los veinte millones de euros que costaba el de Zaha Hadid a los cinco que cuesta el de la avenida de Eritaña.
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