Interior de la Joyería Reyes, un ejemplo poco conocido de Modernismo en Sevilla. Foto de Maratania
He comenzado el año leyéndome un libro sobre Gaudí en el que es una auténtica gozada recrearte en las imágenes de sus bellas construcciones, pero no sólo de esos edificios de ensueño creados por un auténtico genio, sino en sus interiores donde vidrieras, herrajes, cerámicas y mil y un detalles hacen de cada espacio un lugar único. Un edificio es un todo completo donde contenedor y continente van de la mano, es imposible comprender un palacio, iglesia o patio de vecinos si sólo te quedas en la fachada, en el interior es donde está el verdadero alma del edificio, donde sus inquilinos han ido dejando su huella con el paso del tiempo para convertirlo en un monumento con todas sus letras.
Espectacular escalera de la Casa Lissen, construida por Espiau en 1919
Es por ello que siempre me ha llamado la atención la facilidad con la que en Sevilla se destruyen interiores de todo tipo de edificios, ya sea un comercio histórico, un palacete o una casa popular, se hace tabla rasa y se conserva únicamente la fachada (a veces ni eso) como para darle mayor prestancia a la nueva construcción. No se respeta la idiosincrasia del edificio ya sea por falta de interés, de respeto o directamente por incultura. Tenemos unas leyes de Patrimonio que delimitan milimétricamente qué se puede tirar y qué no (conservar la fachada, hasta la primera crujía, algunos elementos, el edificio completo...) pero a pesar de esas restricciones no es complicado ver cómo se destruye más de lo que se debería. Es una cuestión de cultura, de civismo y de formación. Por mucho que una ley imponga unas medidas concretas siempre habrá quién se las salte si considera que esas leyes son absurdas y lamentablemente, en Patrimonio, pocos son los que tienen la formación necesaria como para valorar realmente lo que tienen entre manos.
Salón de actos de la Plaza de España, de Aníbal González
En Barcelona no es complicado encontrarte interiores modernistas tal cual fueron diseñados hace un siglo, en Sevilla, sin embargo, cada vez son menos los edificios que se conservan íntegros. Cada reforma supone una merma, unos azulejos que desaparecen por aquí, unas pinturas murales que desaparecen por allá.... si hasta han desaparecido retablos y órganos en restauraciones de iglesias, ¿qué no puede pasar en edificios privados? Poco a poco, Sevilla va perdiendo su esencia, lo que fue, en cada casa que se derriba, en cada edificio que se mutila. Y lo peor es que a poca gente parece interesarle o importarle.
Soberbio salón de la Antigua Audiencia de Sevilla. Foto publicada en SevillasigloXX
Afortunadamente aún conservamos verdaderas joyas en nuestra ciudad, interiores memorables fruto de una época que deben ser cuidados, valorados y conservados. Para una ciudad que presume de monumentalidad, el cuidado de su patrimonio debería ser una de sus señas de identidad pero aquí estamos todavía lejos de esa utopía. Es más o menos fácil controlar determinados edificios por su carácter público (iglesias o sedes de instituciones) pero ¿qué pasa con esos centenares de pequeños y grandes monumentos anónimos? ¿Quién vela por ellos? Nosotros, los ciudadanos, somos los que tenemos que aprender a cuidarlos, a mimarlos, porque tan patrimonio de la ciudad es un fresco de Rico Cejudo de una pequeña tienda de la calle Pérez Galdós como una venerada imagen que procesione por nuestras calles en Semana Santa.
Techo pintado por Rico Cejudo, 1897. Tienda Le Voilà
Lo que pasó en Sevilla en los años ciencuenta, sesenta y setenta no fue una casualidad, fue un acto de barbarie que se llevó por delante muchísimo patrimonio en aras de una modernidad mal entendida que sustituía en lugar de añadir. Esa destrucción de patrimonio se llevó a cabo porque la sociedad no valoraba lo que la ciudad conservaba de épocas pasadas y lamentablemente esa incultura sigue estando muy presente en nuestra ciudad. El hecho de que apenas haya publicaciones o estudios sobre el patrimonio de la ciudad demuestra el poco interés que hay en él. ¿Cómo vamos a valorar algo que no sabemos ni que existe?
Detalle del Salón principal del Pabellón de Portugal, 1929
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