martes, 17 de septiembre de 2013

Encuentro Unesco: la Crónica (Día 1)


Primera jornada del Encuentro Internacional de Arquitectura Contemporánea en Ciudades Históricas y muchos aspectos sobre los que reflexionar tras las ponencias de reconocidos expertos internacionales.

Arquitectura contemporánea y centros históricos son dos términos que están condenados a entenderse, en pleno siglo XXI no podemos entender las ciudades (en general) sin una arquitectura contemporánea, es decir, una arquitectura construida para dar respuesta a las necesidades del ciudadano que las habita. En eso podemos estar todos de acuerdo, la disparidad de opiniones viene a la hora de plasmar esa arquitectura contemporánea en determinadas zonas de la ciudad y sobre todo en su centro histórico. Un espacio que ya está más que demostrado que debe servir no sólo como bastión de la identidad de la propia ciudad, sino como un lugar habitable, humano y, sobre todo, con uso. En pleno siglo XXI debemos empezar a sentir nuestros centros históricos como una zona común y no como un decorado que se vende únicamente al Turismo, caer en este error es repetir los errores de ciudades como Venecia, que han visto como su masificado casco antiguo era abandonado por los venecianos ante la imposibilidad de convivir con ese centro comercial-parque temático que se ha creado para sustentar la economía de toda la ciudad.


Si un casco histórico está habitado tendrá las mismas carencias y necesidades que cualquier otro barrio; necesitará viviendas, colegios, centros de salud, transportes y toda una serie de equipamientos. ¿Cómo insertamos todos estos edificios en un espacio consolidado? Tenemos dos opciones, aprovechando lo existente o construyendo nuevos edificios. En la primera jornada del Encuentro se ha abogado por la primera opción pero sin prescindir de la segunda. Aprovechar lo que ya tenemos es una medida sostenible que debemos empezar a asimilar, destruir para construir es mucho más caro e insostenible que reparar, conservar y reutilizar. Es lógica pura. Y mejor para todos, para el entramado de la ciudad, que conserva su carácter heredado, para los ciudadanos, que no pierden su identidad y para las propias arcas públicas, puesto que se ahorra un dinero que en estos tiempos escasea. La segunda opción es consustancial a la propia evolución de las ciudades, un núcleo habitado no puede pervivir eternamente de la misma manera en que se concibió, es sencillamente imposible. Las personas cambian, las necesidades cambian y las tecnologías también. Pretender seguir viviendo como hace tres, cinco o veinte siglos es inviable, pero se puede construir respetando y, sobre todo, siendo prácticos. ¿Cómo? Pues baste un ejemplo, si en Sevilla se ha construido siempre en ladrillo porque es un material autóctono, fácil de conseguir, barato y que resiste bien nuestro clima ¿por qué importar materiales de otros países con el gasto medioambiental y económico que ello conlleva? Una vuelta a lo local.

A la hora de abordar la nueva arquitectura, los expertos no se ponen de acuerdo. Todos coinciden en que el nuevo edificio debe respetar el entorno donde se asienta, que el arquitecto debe "escuchar y entender" el lugar y sus características para proyectar un buen edificio. Sin embargo, esta opción impide algo tan actual como la globalización. ¿Puede un arquitecto noruego diseñar un edificio en Sevilla? ¿Puede un estudio de arquitectura de reconocida fama mundial ubicado en Londres diseñar un bloque de viviendas en Hong Kong? La respuesta está clara, no. ¿Dónde ponemos entonces los límites? Ha habido quien ha abogado por impedir que los grandes estudios de arquitectura actúen en ciudades de otros países (una medida algo exagerada) aunque quizás en el equilibrio esté la clave. Un proyecto puede ser diseñado por quién sea, pero debe adecuarse al lugar donde se va a construir. Para ello, se ha apuntado en repetidas ocasiones en el Encuentro la idea de establecer una serie de medidas, de pautas, para encauzar la arquitectura contemporánea y su relación con las ciudades históricas. Es una idea que se lleva barajando desde hace años, pero que no termina de cuajar por la sencilla razón de que es imposible ponerle vallas al mar, por mucho que se establecieran una serie de pautas, el resultado sería que pocos ayuntamientos, políticos y estados las aceptarían por el simple hecho de que es imposible establecer unas normas de obligado cumplimiento para todo el planeta, las peculiaridades de Sevilla no tendrán nada que ver con Bogotá y tampoco con Moscú; cada ciudad, cada núcleo habitado, requerirá unas pautas propias.

Y ese es el gran problema, ¿qué solución se le da a un problema que afecta a cualquier punto del planeta sin caer en ambigüedades o corsés urbanísticos? La solución, una vez más, está clara, que aquellos que tienen poder para decir tengan la formación suficiente para saber lo que le conviene a su ciudad. Pero pedirle formación a un político es casi tan imposible como alcanzar un acuerdo mundial sobre el tipo de arquitectura que se debe construir en los centros históricos. En las Jornadas de hoy han salido ejemplos, como Vitoria o Bilbao, ciudades que han sabido crecer y desarrollarse de una forma más sostenible que otras muchas gracias a unos alcaldes que han sabido gobernar por el buen camino, quizás porque han sabido entender lo que sus ciudades necesitaban. Y llegamos a una de las últimas ideas apuntadas en el Encuentro, la imperiosa necesidad de dar voz y voto a los ciudadanos para que sean ellos (nosotros) los que decidamos cómo queremos que sea nuestra ciudad, para ello hay que terminar con el oscurantismo de las administraciones, con ese gobernar "para el pueblo pero sin el pueblo" ilustrado que tanto les gusta a nuestros políticos. De nuevo la formación es fundamental, un ciudadano bien formado e informado se implicará en el progreso de su ciudad y buscará lo mejor para el bien común, un ciudadano que no sólo mire por su parcela, sino por el desarrollo urbano sostenible y una mayor calidad de vida general denostará proyectos que restan en lugar de sumar al tejido patrimonial de la ciudad. Y cuando se habla de Patrimonio no nos podemos ceñir al casco histórico, toda la ciudad es patrimonio de quienes la habitan.

Son sólo algunas de las ideas presentes hoy en unas jornadas que, por encima de todo han dejado claro que el modelo que tenemos actualmente no lleva a ninguna parte por ser injusto e insostenible. Es cuestión de tiempo que nos veamos obligados a cambiarlo y como en todo, tendrán ventaja aquellas ciudades que sean capaces de adelantarse al declive y dejen de competir por ser un punto en el mapa obviando su propia personalidad, aquello que las hace únicas en un mundo cada vez más globalizado.

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