Leer en los muros de un edificio las huellas de su historia es algo apasionante. Por desgracia, no todas las intervenciones nos permiten rastrear esas cicatrices y en ocasiones se prefiere hacer borrón y cuenta nueva eliminando los estratos de la historia. La restauración de la cabecera de la iglesia de Los Terceros, en la Plaza Ponce de León, nos da una pista sobre lo que ha ido ocurriendo en los muros de esta iglesia perteneciente al conjunto conventual de Los Terceros y el desaparecido Palacio de los Ponce de León.
Deteniéndonos en la fachada, observamos que el edificio adosado a la cabecera de la iglesia ha ido sufriendo diferentes reformas a lo largo de su historia. La presencia de una serie de vanos hoy desaparecidos se ha incluido en la última intervención como testigo de la disposición de huecos que tuvo el muro en algún momento de su historia. Una de esas ventanas incluso se situó en el lugar de un arco de medio punto del que únicamente se conservan algunas dovelas de ladrillo. Precisamente el ladrillo es otro de los elementos que ha quedado a la vista en varias 'catas' que nos dejan percibir el material de la fábrica del edificio (que también se puede ver en la parte superior de la cabecera de la iglesia). El ladrillo, como ya se ha dicho en varias ocasiones, no era un material concebido para ser visto, o al menos no este ladrillo basto que quedaba enfoscado con mortero.
En esta fachada podemos ver dos de las soluciones aplicadas históricamente para tapar ese ladrillo. Una de las técnicas más empleadas en los siglos XVII y XVIII es el avitolado, que consiste en simular el despiece de los ladrillos pero solo con líneas horizontales paralelas que recorren todo el muro. Con esta técnica se consigue dar uniformidad al paramento eliminando las imperfecciones que pudiera tener el ladrillo. Esta práctica es muy común en la Sevilla barroca con ejemplos tan característicos como las fachadas del Palacio Arzobispal, el Palacio de San Telmo o la iglesia del Salvador. En otras ocasiones los muros de ladrillo eran cubiertos con esgrafiados que simulaban el despiece de sillares, pero rara vez el muro de ladrillo quedaba a la vista.
Si miramos hacia la cornisa del edificio nos encontramos la otra solución, el color que otorgaban las pinturas murales que decoraban multitud de edificios sevillanos. En este caso se ha optado por recuperar una parte de la cenefa superior en color almagra. Este pequeño detalle nos habla de esa explosión de color que fue la arquitectura sevillana y que en el siglo XIX fue perdiendo importancia en favor de paramentos mucho más sencillos.
La intervención completa la profunda rehabilitación que se ha hecho en la iglesia de Los Terceros y de la que ya os hablé en un post anterior. Pequeñas actuaciones como esta, donde nada sobra y todo aporta, contribuyen a mantener esa imagen bucólica de la ciudad que, a menudo, es bastante complicado rastrear en nuestro callejero.
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