Pocas veces podemos disfrutar en Sevilla de tantas obras de restauración en tan poco tiempo. A la reciente recuperación de las yeserías y pinturas murales de la iglesia de Santa María la Blanca y de la reapertura de la Capilla de Santa María de Jesús se une la Capilla del Dulce Nombre, sede canónica de la Hermandad de la Vera Cruz. El templo ha sido sometido a una profunda rehabilitación dividida en varias fases y tras la actuación en las cubiertas para evitar filtraciones y humedades, en los últimos ocho meses se ha llevado a cabo una limpieza de las pinturas murales y de los retablos y pinturas que decoran la iglesia, ejecutadas por las empresas Ágora y Gestionarte, según un proyecto integral del arquitecto Enrique Carvajal.
La Capilla del Dulce Nombre es el único resto que queda del convento de monjas agustinas fundado en 1551 y que se instaló en lo que hasta ese momento había sido una casa de acogida para 'mujeres arrepentidas'. Gran parte del valor histórico del convento residía en que ocupaba parte de los conocidos como Baños de la Reina Mora, que habían pertenecido a la reina doña Juana tras la muerte de Fernando III. Como recoge Manuel Jesús Roldán en su libro 'Iglesias de Sevilla', son muy pocos los datos que se han conservado sobre este convento salvo que en 1641 se realizaron diferentes obras de remodelación cuando habitaban en el edificio 43 monjas o que la situación del cenobio antes de la Desamortización era de auténtica penuria económica. Tras el cierre del convento en 1837, las monjas se trasladaron a San Leandro, quedando la iglesia abierta al culto público. El resto del edificio fue reconvertido en casa de vecinos, un uso que perdurará en el tiempo y que condenará a las dependencias monásticas a su desaparición para construir los bloques de viviendas que a día de hoy pueden verse adosados a la iglesia y a los Baños islámicos.
La Revolución de 1868 condenó al cierre al templo, siendo puesto a la venta al año siguiente, cuando lo compra María del Amor Pérez de León. Comienza en este instante la relación de la capilla con diferentes hermandades sevillanas, primero la del Amor, luego Santa Lucía y finalmente la de la Vera Cruz, que se instaló en 1942.
La capilla se divide en tres naves separadas por columnas que sostienen arcos de medio punto. La estructura conventual es todavía visible tanto en las celosías que se abren a la nave principal como en la zona del coro, donde se ha instalado la nueva Sacristía y dependencias de la Hermandad. Preside el presbiterio un soberbio retablo mayor que Manuel Jesús Roldán adscribe en su libro al último tercio del siglo XVII, con trazas "cercanas al estilo de Bernardo Simón de Pineda en su compartimentación por medio de columnas salomónicas". La zona central del retablo sería transformada durante la estancia de la Hermandad del Amor en el templo para acoger el crucificado, una hornacina que ocupa hoy en día el Cristo de la Vera Cruz, fechado hacia 1540. En las calles laterales del retablo nos encontramos a San Agustín y Santa Mónica, en un tamaño mayor, y a San José con el Niño y San Juanito sobre ellos. Remata el ático en otra hornacina nuevamente la figura de San José con el Niño, que sustituye a la pintura que ahora se ha colocado a los pies de la nave del Evangelio y que representa una escena alegórica en la que aparecen Santa Elena y el emperador Constantino en el momento del descubrimiento de la Vera Cruz.
La restauración por parte de la empresa Gestionarte ha permitido la recuperación de imágenes, retablos y esculturas, pero sin duda la gran sorpresa de la intervención ha sido la limpieza y consolidación de las pinturas murales, un trabajo que ha realizado la empresa Ágora. En la bóveda principal, así como en el intradós de los arcos y en los paramentos donde se sitúan las tribunas del antiguo cenobio ha vuelto a salir a la luz un sorprendente despliegue de rocallas y elementos vegetales que, salvando las distancias, recuerdan a la decoración de Santa María la Blanca. Es en el presbiterio donde el programa iconográfico adquiere una mayor suntuosidad con diferentes escenas relacionadas con la vida de San Agustín ('Aparición de la Virgen' y 'Aparición de la Trinidad'), la Anunciación y la Circuncisión del Niño Jesús, todo ello cubierto por un sencillo rompimiento de gloria con querubines y el anagrama de Cristo. Al haber tan pocos datos sobre este convento, es complicado detallar la fecha y la autoría de todas estas pinturas. Tradicionalmente se han fechado a finales del siglo XVIII, aunque tras la restauración se ha apuntado a que podrían ser un siglo anteriores y haber sufrido una serie de remodelaciones tendentes a su actualización que les habrían dado el aspecto actual.
La intervención llevada a cabo gracias a la generosidad de un hermano de la Vera Cruz ha devuelto al templo la luz y el color que durante décadas había perdido. Es sin duda una gran noticia que las hermandades no sólo contribuyan a agrandar el patrimonio de sus titulares, sino que inviertan en la conservación y restauración de los templos que les sirven de sede. El año 2016 podría pasar a la historia como el momento en que Sevilla recuperó un buen número de edificios, ya que a estas restauraciones ya citadas habría que añadir la reapertura de Santa Catalina y San Luis de los Franceses. Debemos alegrarnos por estas restauraciones, pero no podemos olvidarnos de otros templos como el de San Lázaro o el de San José, ambos en un estado lamentable de conservación y sin un proyecto firme de restauración que los salve de la ruina.
Nueva escultura de San Francisco realizada por Juan Alberto Pérez Rojas |
>> Documentación: 'Iglesias de Sevilla', de Manuel Jesús Roldán
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