Tradicionalmente se ha venido atribuyendo la magnífica escultura de Neptuno que preside la fuente homónima del Jardín de las Damas del Real Alcázar a Diego de Pesquera (autor) y Bartolomé Morel (fundidor), fechándose en el último tercio del siglo XVI. De finales de este siglo es la remodelación llevada a cabo en esta zona de los jardines que dio como resultado lo que conocemos como Jardín de las Damas, una zona verde que, sin embargo, no quedaría configurada tal cual la conocemos hasta principios del siglo XVII.
Con ocasión de la restauración realizada en la fuente en el año 2013 tras la caída de un árbol que la destrozó por completo, se ha podido afinar algo más sobre el momento en que habría sido instalada. Según ha podido estudiar Pedro M. Martínez Lara, sería en diciembre de 1606 cuando el comerciante Felipe Pinelo adquiere en Génova las piezas de mármol que componen la fuente, que serían vendidas al Alcázar para su montaje en los Jardines. De 1610 es la siguiente referencia a la fuente, cuando se encarga al pintor Diego Esquivel el dorado de una "fuente del Jardín de las Damas". Tal y como afirma Martínez Lara en su artículo, el parecido de la fuente sevillana con la pieza que Giambologna realizó en 1565 para la fuente de la Plaza de Neptuno de Bolonia es evidente, por lo que podríamos estar ante una reinterpretación de menores dimensiones de la pieza italiana. Además, morfológicamente la escultura es muy moderna para ser de finales del XVI, por lo que el autor apuesta por una pieza de mediados del XVII, cuando ni Diego Pesquera ni Morel estaban ya vivos. Queda por tanto la incógnita de quién pudo ser el autor del Neptuno.
La restauración llevada a cabo en la fuente ha permitido no sólo reconstruir los elementos derribados tras la caída de un árbol, sino atajar los problemas de conservación que ya presentaba la fuente y actuar en intervenciones anteriores que habían alterado la fisonomía del conjunto. Tras la intervención, la fuente ha recuperado todo su esplendor y belleza, destacando el mármol italiano y la gracia del dios de los mares, que juega al equilibrio apoyándose sobre un talón, aunque sin llegar a la elegancia del famoso Mercurio de Giambologna
Más información e imágenes en el artículo de Pedro M. Martínez Lara de la revista Apuntes del Alcázar (enlace)
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