jueves, 9 de abril de 2015

El monumento público en Sevilla (III): Al calor de la Exposición Iberoamericana


Tras la muerte de Susillo la ciudad se queda sin su gran escultor de monumentos públicos y habrá que esperar a la mayoría de edad artística de sus principales discípulos para volver a encontrar grandes esculturas en la ciudad. El monumento a Maese Rodrigo se fecha en 1900 y es obra de Joaquín Bilbao (1864-1934), hermano del pintor Gonzalo Bilbao. La pieza se ubicaba en el patio principal de la Universidad cuando tenía su sede en la calle Laraña y se trasladará a la Fábrica de Tabacos (primero estuvo en los jardines y ahora en uno de los patios interiores) en los años cincuenta. Se trata de una pieza que bebe directamente de la obra monumental de Susillo, realizada en bronce y fundida en Barcelona. De estética realista, muestra una gran influencia de la obra de Susillo, sobre todo en el tratamiento agitado de los ropajes (aunque sin llegar al movimiento y fuerza del maestro) y en la colocación de un pie fuera del pedestal, característica que poseen muchas de las esculturas monumentales de Susillo.



Tras este primer contacto de la escultura monumental con el incipiente siglo XX llegará un período de gran esplendor escultórico en Sevilla con el proyecto de la Exposición Hispanoamericana (posteriormente bautizada como Iberoamericana). Múltiples serán los monumentos que se levanten en los primeros treinta años del siglo pasado y en ellos colaborarán gran cantidad de artistas, muchos de ellos herederos de la estética de Susillo pero que irán evolucionando hacia una estética más contemporánea aunque sin abandonar nunca lo figurativo. Las temáticas de estos monumentos seguirán, en parte, ensalzando la labor de los grandes prohombres sevillanos, pero también se abarcarán nuevos temas más utópicos y simbólicos, en consonancia con el papel decorativo que asumirán en los alrededores del recinto expositivo. El monumento a Gustavo Adolfo Bécquer, de 1911, fue un empeño personal de los Hermanos Álvarez Quintero, y de su diseño se encargó Lorenzo Coullaut Valera (1876-1932), sin duda el gran escultor de esta época, que nos legará conjuntos y piezas de una extraordinaria calidad aunque su trabajo fuera relegado a un segundo puesto por el auge de Manuel Delgado Brackenbury (1882-1941), que copará prácticamente todos los trabajos.



Uno de los proyectos más logrados pero peor integrados en su entorno es el de la Glorieta de Covadonga, donde trabajaron los dos escultores, Brackenbury y Coullaut Valera, encargándose de los grupos El Trabajo y La Ciencia el primero, y de El Genio y El Arte el segundo. La diferencia en cuanto a calidad entre las obras de ambos artistas es más que evidente, mientras que Coullaut Valera logra un nivel en sus obras extraordinario, los conjuntos de Brackenbury están peor conseguidos, quizás por la excesiva carga de trabajo al estar involucrado en varias obras a la vez. Estas piezas se diseñaron para las hornacinas de la Sala Oval del Pabellón de Bellas Artes de Plaza América, actual Museo Arqueológico, pero finalmente se colocaron en esta glorieta donde pasan muy desapercibidas por la nula puesta en valor del entorno donde son periódicamente atacadas por los vándalos. Las piezas se fechan entre 1913 y 1919.



La Plaza de América será, junto con Plaza de España, el gran proyecto de Aníbal González para la Exposición Iberoamericana y el único que se terminó a tiempo para la fecha original de su celebración, 1914. El estallido de la I Guerra Mundial hizo que la apertura quedase postergada, pero la plaza quedó terminada con sus bellos jardines rodeados por dieciséis Victorias aladas en las que participaron diferentes escultores, entre ellos Brakenbury y Coullaut Valera, que realizaron seis piezas cada uno, mientras que de las cuatro restantes se encargó Pedro Carbonell. El grado de deterioro de este conjunto escultórico es alarmante, estando prácticamente todas las esculturas afectadas por la corrosión de la piedra, lo que ha provocado la pérdida de múltiples trozos, desde brazos a cabezas pasando por alas y otros elementos decorativos. Su restauración es urgente y sin duda mucho más prioritaria que otras obras en las que se ha intervenido en los últimos años.


Conforme nos acercamos a la fecha de la inauguración de la Exposición la cantidad y monumentalidad de los conjuntos escultóricos se multiplica. De 1918 es el monumento dedicado a la Inmaculada en la Plaza del Triunfo, obra en la que intervienen José Espiau como arquitecto y Lorenzo Coullaut Valera como escultor. Para la figura de la Inmaculada se inspiró, como no podía ser de otro modo, en los lienzos de Murillo. En la base del monumento aparecen cuatro personajes relacionados con el culto a la Inmaculada en Sevilla: Martínez Montañés, Bartolomé Esteban Murillo, Miguel Cid y Fray Juan de Pineda.



La cesión a la ciudad de la Huerta de la Alcoba perteneciente a los jardines del Real Alcázar por parte del rey Alfonso XIII permitió la creación de una nueva zona verde que comunicara el centro histórico con las nuevas zonas de expansión de la ciudad. En este paseo ajardinado dedicado a Catalina de Ribera se coloca una fuente en homenaje a la benefactora del siglo XVI, monumento manierista diseñado por Juan Talavera y Heredia que reutiliza parte de una fuente del siglo XVI que había estado ubicada durante el siglo XVIII en la Plaza del Pumarejo y que sirve como surtidor. Las pinturas originales de Manuel Cuesta se perdieron con el paso del tiempo por lo que se decidió en 1965 volver a pintarlas en una estética contemporánea encargándose de su realización Francisco Maireles.


La otra fuente monumental del Paseo de Catalina de Ribera está dedicada a Cristóbal Colón y es obra nuevamente del arquitecto municipal Juan Talavera y Heredia y Lorenzo Coullaut Valera, que como vemos sí que tuvo un papel fundamental en las obras ajenas al recinto de la Exposición Iberoamericana. El monumento, inaugurado en 1921, está formado por dos altas columnas corintias que sostienen un entablamento donde aparece un león. Un barco de bronce con los nombres de los Reyes Católicos, el busto de Colón y el escudo de la Monarquía española completan este sencillo pero a la vez efectivo monumento.


Joaquín Bilbao se encargará de llevar a cabo el monumento a San Fernando, planteado desde la apertura de la Plaza Nueva a mediados del siglo XIX pero que sin embargo no se inaugurará hasta 1924. Sobre un potente pedestal de piedra se ubica la figura del rey Santo en bronce. Rodeando el pedestal de planta poligonal se encuentran cuatro personajes que acompañaron al rey durante la Conquista de Sevilla en 1248: su hijo Alfonso X, Garci Pérez de Vargas, el almirante Ramón Bonifaz y el obispo Don Remondo. Estas piezas fueron esculpidas por Enrique Pérez Comendador, Adolfo López Rodríguez, Agustín Sánchez Cid y José Laffita Díaz, que años más tarde realizará la fuente farola de la Plaza Virgen de los Reyes.


La ubicación de la Exposición Iberoamericana en los alrededores del Parque de María Luisa obligó a diseñar una entrada monumental desde el Prado de San Sebastián. Si bien el primer proyecto de Aníbal González implicaba la construcción de un acceso mucho más espectacular que incluía un arco de triunfo al estilo del de la Exposición de Barcelona de 1888, los retrasos en la inauguración y la ampliación constante del recinto terminaron por diluir el proyecto que finalmente fue salvado a duras penas por Vicente Traver cuando se encargó de la dirección de las obras en 1929. Traver diseñó varios pilares neobarrocos para marcar las diferentes avenidas que confluían en la Exposición Iberoamericana así como un cierre artístico que se completó con diferentes fuentes y esculturas como la dedicada al Cid Campeador, obra de 1927 de la escultora norteamericana Anna Hyatt Huntington y de la que existen varias copias en el mundo.


Las dos grandes fuentes que cierran la avenida del Cid son la dedicada a Hispania, cobijada sobre una arquitectura neobarroca de Traver y con esculturas de Brackenbury y Enrique Pérez Comendador y la de las Cuatro Estaciones, también de Brackenbury y sin duda una de sus obras más logradas. Esta fuente vino a sustituir a la monumental Pasarela que durante tantos años sirvió para cruzar de un lado al otro del Prado de San Sebastián. Tampoco nos podemos olvidar de la fuente dedicada a la Hispanidad que se ubicó en el sector sur de la Exposición y cuyas piezas se encuentran hoy en día en los Jardines de las Delicias.


La fuente dedicada a la ciudad de Sevilla, en Puerta de Jerez, será el último de los grandes monumentos públicos diseñados para la Exposición Iberoamericana. El proyecto de Manuel Delgado Brackenbury fue la gran frustración del escultor, que nunca estuvo satisfecho con el resultado y pidió al Ayuntamiento en varias ocasiones hasta su muerte que le dejaran volver a intervenir para mejorar el resultado del conjunto. El proyecto original, mucho más logrado, se fue reduciendo a causa de los recortes presupuestarios y de hecho la fuente no estuvo terminada hasta 1930 cuando la Exposición Iberoamericana estaba a punto de finalizar. Apenas nueve años después los niños con conchas que ahora han sido recuperados se eliminaron por considerar que enturbiaban la imagen de una fuente que muestra a una Sevilla ensimismada en sí misma, que añora un pasado que nunca volverá y que apenas tiene fuerzas para enfrentarse al futuro.


En estos mismos años Agustín Sánchez Cid realizaba otro monumento, pero esta vez en pleno centro histórico, como los realizados durante el siglo XIX para mejorar estéticamente diferentes enclaves urbanos, el dedicado al escultor Juan Martínez Montañés en 1929. Al igual que las fuentes de la Pila del Pato o la de Mercurio, este monumento también ha viajado por diferentes espacios de la ciudad hasta recalar donde está ahora, la Plaza del Salvador. La pieza representa a un Martínez Montañés ya mayor que guarda con celo su imagen más emblemática, una Inmaculada. Curiosamente este tema aparece también en la figura de Pérez Comendador de la Glorieta de San Diego dedicada a la Sevilla espiritual y más contemporáneamente podemos encontrar un paralelismo en el monumento a Juan de Mesa de la Plaza de San Lorenzo aunque sin lograr un resultado demasiado positivo. 


Cerramos el reportaje con el último monumento clasicista de la época, el dedicado al presidente de la I República Emilio Castelar, inaugurado en 1930 en los Jardines del Cristina, que cumplían su primer siglo de vida como zona verde pública. La obra, sufragada con aportaciones populares, fue encargada a Manuel Echegoyán, que opta por un estilo clásico muy decimonónico con guirnaldas y personificaciones de la Historia y la Elocuencia que enmarcan el busto de Castelar. 



El proyecto de la Exposición Iberoamericana y el espectacular desarrollo artístico vivido en la Sevilla de principios del siglo XX permitió la creación de un buen número de monumentos públicos que siguen la línea de los llevados a cabo en el siglo XIX pero aportando novedades tanto en la estética como en la temática. Esta eclosión artística será el último coletazo de un eclecticismo artístico que en Europa se había dado en el siglo XIX y que a principios del siglo XX empezaba a decaer. La llegada de la Guerra Civil y la posterior dictadura cortarán de raíz la erección de nuevos monumentos en nuestras calles hasta la mejora económica de los años cincuenta y sesenta cuando de nuevo empiecen a instalarse en Sevilla diferentes monumentos públicos que, sorprendentemente, tendrán una estética contemporánea.

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