Ayer fue un gran día para el Museo del Prado, recibió nada más y nada menos que doce obras del coleccionista José Luis Várez Fisa. Las piezas, pertenecientes a los siglos XIII, XIV y XV, suplen una de las pocas lagunas que tiene la colección del Prado ya que pertenecen a artistas de la transición del Gótico al Renacimiento y de diferentes partes de España, como Cataluña, Valencia o Aragón.
En reconocimiento por la donación, el Museo rebautizará la sala donde se exponen las piezas con el nombre del mecenas, algo muy habitual en los museos anglosajones donde el patrocinio privado no sólo es lo habitual, sino fundamental para la supervivencia de los centros. La donación fue presidida por el presidente del Gobierno, que eludió dar fechas sobre la tan esperada Ley de Mecenazgo, una de sus promesas electorales (aunque a día de hoy todos conocemos la credibilidad de su programa electoral) que no termina de definirse a pesar de su importancia para la supervivencia del sector cultural español, a años luz de otros países. Lo que sí hizo el presidente fue advertir a los futuros mecenas, no habrá grandes beneficios fiscales para aquellos que patrocinen la Cultura. Ante este anuncio cabría preguntarse para qué servirá la Ley de Mecenazgo; en España el altruismo no es precisamente una característica arraigada por lo que sólo con incentivos se podría conseguir que la iniciativa privada participe más activamente en la vida cultural española.
La decisión del Patronato del Prado de ponerle a una de sus salas el nombre del donante pone en evidencia la actitud de las administraciones andaluzas (Junta y Ayuntamiento) con el coleccionista Mariano Bellver, que desde hace años pretende donar al Museo de Bellas Artes más de trescientas obras de arte. Si el Prado rebautiza una de sus salas por donar doce obras, ¿por qué en Sevilla seguimos tratando con desprecio a Bellver? Más de uno debería reflexionar sobre cómo tratamos a los pocos que siguen interesados en colaborar con la Cultura sin esperar nada a cambio.
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