La semana pasada culminaron las obras de reurbanización del entorno de la Casa de la Moneda. El cambio en las calles Santander, plaza Indalecio Prieto y Tomás de Ibarra hasta el Postigo del Aceite es bastante positivo, sin embargo, se siguen repitiendo errores que muestran el poco mimo con que se cuida la imagen de las calles sevillanas.
Empecemos por un mal endémico sevillano: los alcorques. En Cultura de Sevilla hemos denunciado en varias ocasiones la necesidad de sombras en nuestra ciudad, el colocar árboles en nuestras calles debería ser una constante en las reurbanizaciones pero el Ayuntamiento parece no terminar de darse cuenta. Muchas son las calles de la ciudad que muestran los alcorques cegados, bien con una capa de cemento o la modalidad pija del adoquinado. El resultado es el mismo, la nula presencia de árboles. Incluso se da la circunstancia de calles reurbanizadas (como Adriano) en las que desaparecen los alcorques donde no había árboles, rompiendo la alineación de los mismos. Arreglar una calle y ponerle árboles es prácticamente una utopía, pero es que encima cuando se deja el espacio para los árboles, en ocasiones se tapa con adoquines. Incomprensible.
Dejando atrás la calle Santander llegamos a la nueva plaza Indalecio Prieto, antiguo aparcamiento en superficie y ahora un lugar mucho más agradable. El nuevo espacio público se ha adoquinado y se han previsto árboles (en las fotos no aparecen pero ya han sido plantados) aunque de nuevo vemos un detalle absurdo, donde debería ir el cuarto árbol de la plaza se ha puesto una farola. ¿Era demasiado pedir mover la farola un metro a la derecha y poner el cuarto árbol para no romper con la alineación? El firme adoquinado es bastante interesante ya que juega con el colorido y rompe con el gris imperante en las últimas reurbanizaciones pero algo falta, demasiado desangelada, poco humana. Esperemos que los árboles recién plantados crezcan y le den un mayor colorido a este espacio. Las farolas, fernandinas, como no podía se de otro modo...
Si giramos la mirada 180 grados nos encontramos una de las estampas más bellas de la ciudad enturbiada, primero por el lamentable estado de la fachada de la Casa de la Moneda y en segundo lugar por el aparcamiento indiscriminado, tanto de coches como de motos.
Enfilamos la calle Tomás de Ibarra, perfectamente reurbanizada con su adoquinado y sus acerados relucientes. En esta calle tenemos uno de los pocos edificios modernistas que se conservan en la ciudad, la casa para Juan Haro que realizó el arquitecto Simón Barris entre 1904 y 1905.
La calle Almirantazgo es otro ejemplo de actuaciones incomprensibles. Se arregla la calle y se amplía uno de los acerados, el que tiene árboles y el otro se deja ridículo en comparación. ¿Resultado? Árboles y farolas desalineados. ¿No hubiera sido más estético dejar el acerado tal cual en cuanto a proporciones y ampliar el contrario? De este modo se podrían haber plantado naranjos y tendríamos arbolado en ambos acerados. La solución adoptada sólo sirve para que los bares de la zona ganen metros cuadrados y pongan una fila más de veladores (no se aprecian en la foto, pero cuando están puestos ocupan hasta la zona adoquinada, habiendo tres filas de veladores). Al final, se amplían acerados pero el peatón tiene que irse a la acera contraria, precisamente la que no tiene sombra. ¿Quién sale beneficiado con la actuación? Los bares, que pueden poner más mesas.
Terminamos el recorrido en la zona que precede al Postigo del Aceite. Aquí es donde la planificación y el urbanismo brillan por su ausencia. Se han ensanchado las aceras para evitar que aparquen coches (pero a la gente le da igual y aparca encima de la acera con total impunidad como se puede ver en la foto) pero no se ha tenido en cuenta la presencia de los árboles, que han quedado diseminados sin ningún tipo de orden por los acerados. No se han dispuesto nuevos alcorques por lo que sólo tenemos los antiguos, algunos vacíos y otros con árboles raquíticos.
Se podría haber dispuesto una nueva fila de árboles junto al firme, lo que le daría cierta perspectiva a la zona y evitaría la presencia de coches sobre las aceras, pero se ha preferido dejar los árboles tal cual estaban. Tampoco habría venido mal algún banco o algún elemento que contribuyera a romper la monotonía del gris.
La última incógnita nos la encontramos en el propio Postigo del Aceite. A la altura del mismo vemos que el firme desciende considerablemente, habiendo un desnivel de medio metro entre acerado y carretera. Además, los acerados son tan estrechos que impiden que pase una persona. Entonces, ¿para qué se mantienen los acerados? ¿Por qué no se ha puesto todo al mismo nivel como ha ocurrido en la calle Almirantazgo? ¿Miedo a que algún incívico aparque en la puerta de la Pura y Limpia? Al final nos encontramos con un acerado estrecho excesivamente alto y peatones que tienen que ocupar el espacio de los coches para poder pasar.
El resultado general de la intervención es positivo como decíamos al principio, pero se echa en falta que los técnicos encargados de realizar este tipo de proyectos los piensen un poco más. Son sólo detalles que contribuyen a hacer la ciudad más agradable. Tampoco creo que cueste tanto buscar la comodidad del ciudadano.
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