Esta semana ha surgido el debate en torno al patrimonio expoliado por los franceses en Sevilla durante la invasión napoleónica y la recuperación, en concreto, de la Inmaculada que pintó Murillo para el Hospital de los Venerables. Por este motivo, en Cultura de Sevilla hemos querido hacer un repaso por diez obras de arte de carácter universal que conservamos en Sevilla y que, a buen seguro, no serán conocidas por la mayoría de los sevillanos. Son sólo una muestra de los grandes tesoros que tiene la ciudad de Sevilla, unas piezas que deberían conocer y valorar todos los sevillanos porque son parte fundamental de su historia.
El Tesoro del Carambolo es una pieza de orfebrería única en el mundo. La perfección con que fue realizada allá por los siglos VII-VI a.C. ha traído de cabeza a un gran número de historiadores. ¿Es una obra importada? ¿Fue realizada por los tartesios? Las 24 piezas de oro macizo esconden tantos misterios como belleza. A pesar de su importancia, actualmente está guardada en la cámara acorazada de un banco, por lo que es imposible disfrutar de ella.
El Museo Arqueológico conserva gran parte de las esculturas que decoraron la ciudad de Itálica. Entre ellas destaca el Mercurio, pieza excepcional de mármol blanco de la Isla de Paros realizada en el siglo II d.C. La calidad de las esculturas de Itálica no tiene parangón en el resto de la Península Ibérica y son sólo comparables a las realizadas en la propia capital del Imperio, Roma. Tal derroche de belleza y calidad técnica pasa completamente desapercibida en un Museo que se cae a pedazos donde es difícil encontrar a algún sevillano recreándose con estas maravillosas esculturas.
Sevilla ha sido, desde hace siglos, cuna de la escultura. Gracias a la llegada de artistas foráneos, la escultura sevillana ha sabido adaptarse a los tiempos. Una tradición que actualmente no se ha sabido continuar, no habiendo en la actualidad escultores sevillanos de renombre internacional. En el Museo de Bellas Artes tenemos una pieza fundamental en la historia del arte hispalense y universal, se trata del San Jerónimo penitente que modelara en barro Pietro Torrigiano hacia 1525. La historia de este escultor es tormentosa; formado en el jardín de los Médici junto a Miguel Ángel Buonarroti, tuvo que abandonar Florencia tras una pelea con el genial escultor al que le rompió la nariz. Tras vagar por diferentes ciudades de Europa, recaló en Sevilla, donde realizó para el monasterio de San Jerónimo de Buenavista dos piezas excepcionales que cambiaron para siempre la forma de esculpir en Sevilla, este San Jerónimo y la Virgen con el Niño que también conserva el mismo museo. Su fama fue tal, que el mismísimo Martínez Montañés se inspiró en él para hacer su San Jerónimo para monasterio de San Isidoro e incluso Goya visitó en dos ocasiones el monasterio de Buenavista atraído por la fama de esta escultura.
Si importante fue Torrigiano para el cambio en la escultura hispalense, no menos lo fue Pedro de Campaña, el pintor de origen flamenco que revolucionó la forma de pintar en Sevilla. Gracias a él llegaron a la ciudad los nuevos aires renacentistas tanto italianos como flamencos, influyendo de manera determinante en artistas como Luis de Vargas. El Descendimiento de Cristo es una de las obras maestras de Campaña, una tabla que pintó para la capilla de don Fernando de Jaén en la destruida iglesia de Santa Cruz hacia 1547. El propio Murillo iba con frecuencia a visitar este cuadro por su belleza y dramatismo. Tras el derribo de la parroquia, el cuadro pasó a la catedral, donde a día de hoy se exhibe en la Sacristía Mayor.
Sin dejar la Catedral nos encontramos otra obra de arte de carácter universal. Se trata del Cristo de la Clemencia que Martínez Montañés talló en 1605. De una belleza soberbia, el Cristo fue realizado para el canónigo Mateo Vázquez de Leca que le pidió una pieza a la que pudiera mirar a los ojos cuando estuviera arrodillado a sus pies sintiendo el perdón de Cristo en su mirada. Cruzar la mirada con esta escultura es harto complicado por su ubicación en la capilla de San Andrés de la Catedral pero puedo corroborar que esa mirada no deja indiferente a nadie. El Cristo de la Clemencia (o de los Cálices) simboliza la transición entre el barroco clasicista de Montañés y el dramatismo y expresividad de la escultura sevillana posterior, con Juan de Mesa y Ruiz Gijón como exponentes fundamentales.
El siglo XVII fue la época dorada del arte sevillano. Artistas de fama mundial como Zurbarán, Murillo, Velázquez, Alonso Cano, Herrera el Viejo, Juan de Roelas o Valdés Leal se forman y trabajan aquí. Los franceses, cuando llegaron a Sevilla, sabían lo que se escondía en nuestros conventos, iglesias y palacios. No tuvieron más que coger la guía artística de Ceán Bermúdez e ir edificio por edificio expoliando todo lo que pudieron. Pero no todo se fue, aún conservamos obras magníficas. Entre las piezas más destacadas de Zurbarán está la Virgen de los Cartujos, que hacía pareja con San Hugo en el Refectorio y San Bruno con el Papa Urbano II. Los tres cuadros estaban en la sacristía del monasterio de la Cartuja, de donde fueron retirados en la Desamortización para pasar el Museo de Bellas Artes, donde hoy en día podemos contemplarlos. El cuadro está fechado hacia 1630-35 y en él podemos ver el motivo por el que Zurbarán era conocido como "el pintor de frailes". No es de sus mejores obras, pero los ropajes de los cartujos son de una calidad excepcional.
A Velázquez le dio poco tiempo de pintar en Sevilla. Tras pasar por el obrador de Pacheco, rápidamente se asienta en la Corte de Madrid donde pintará para la monarquía. Sus obras emblemáticas sevillanas se encuentran repartidas por museos de todo el mundo (Vieja friendo huevos, el Aguador de Sevilla, Cristo en casa de Marta y María...). Hasta hace unos años la ciudad apenas conservaba dos cuadros del genial pintor, uno en el Bellas Artes (de regular calidad) y otro en el Ayuntamiento, la Imposición de la Casulla a San Ildefonso, pésimamente conservado. Sin embargo, gracias a la generosidad de Focus Abengoa, a día de hoy tenemos otros dos cuadros suyos, el Santa Rufina, de hacia 1630 y una Inmaculada; ambas en el Centro Velázquez, un espacio que debería ser de obligada visita para todo sevillano.
Bartolomé Esteban Murillo es el pintor por excelencia de Sevilla. Sus obras son admiradas y muy queridas. La Catedral conserva piezas excepcionales como el Bautismo o el San Antonio, pero es en el Museo de Bellas Artes donde podemos empaparnos del mejor Murillo. Entre los lienzos conservados en el museo, hemos seleccionado el 'San Francisco abrazando al Crucificado'. Es prácticamente imposible para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad no sentir un escalofrío al estar delante de este cuadro (a pesar de la mala iluminación que tiene). Es de una belleza indescriptible. El lienzo, pintado hacia 1668, formaba parte de la decoración que Murillo realizó para el convento de los Capuchinos. Durante la invasión francesa, y ante el expolio que estaban padeciendo otras órdenes religiosas, los capuchinos arrancaron los lienzos de su iglesia, los enrollaron y se los llevaron a Cádiz para ponerlos a salvo de la rapiña francesa. Tras su regreso a Sevilla fueron restaurados y terminaron en el museo, salvo el cuadro del retablo mayor, que actualmente está en el museo Wallraf-Richartz de Colonia ya que fue entregado como compensación por la restauración de los otros lienzos.
Según cuenta la leyenda, el Cabildo Catedral no tenía especial predilección por la pintura de Francisco de Goya, pero al ser uno de los pintores más importantes del momento, le encargaron un cuadro que representase a Santa Justa y Santa Rufina para la sacristía de los Cálices de la catedral. En la obra, pintada en 1817, podemos apreciar a las dos santas alfareras, iluminadas por la luz divina tras rechazar adorar a una divinidad pagana. Un león lame los pies de una de las santas aludiendo a su martirio. De fondo, la catedral y la Giralda. Un obra sin muchas pretensiones pero donde podemos apreciar la calidad técnica de Goya.
Terminamos nuestro repaso por la historia del arte sevillano con uno de los retratos más conocidos y queridos, el de Gustavo Adolfo Bécquer, pintado por su hermano Valeriano en 1862. El cuadro fue adquirido por la Junta de Andalucía hace unos años para el Museo de Bellas Artes y desde entonces cuelga en las salas dedicadas al siglo XIX. Se trata de uno de los retratos más importantes de la pintura romántica española y sólo hay que fijarse en la intensidad de la mirada del poeta para comprender el por qué. Si Bécquer es uno de los mitos por antonomasia de Sevilla, no lo es menos la imagen que plasmó su hermano. Cuando pensamos en el poeta, es prácticamente imposible no asociarlo a este cuadro.
Con este breve repaso al arte hispalense hemos querido rendir un homenaje al inmenso patrimonio que conservamos en la ciudad. Son sólo diez obras características pero hay centenares para deleite y disfrute del sevillano y visitante. La intención de esta entrada es llamar la atención sobre un patrimonio que está ahí, al alcance de todos y que apenas es conocido. Sin duda no debemos olvidar lo que perdimos (ya sea en guerras o durante el Desarrollismo de los años 60 y 70) pero ¿de qué sirve lamentarnos por lo que perdimos si no valoramos lo que tenemos? Ojalá este reportaje sirva para que más de uno aproveche las mañanas de domingo para recorrer su ciudad y dejarse atrapar por la belleza de sus obras de arte.
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