viernes, 17 de abril de 2015

El monumento público en Sevilla (IV): Atisbos de modernidad



La Exposición Iberoamericana fue sin duda el acontecimiento más importante de las primeras décadas del siglo XX, gracias a ella la ciudad se transformó radicalmente y se llevaron a cabo operaciones urbanísticas que hasta ese momento no dejaban de ser proyectos. Pero también supuso la ruina económica para la ciudad que se vio ahogada por las deudas y tuvo serios problemas para adentrarse en una época que vendrá marcada por la caída de la Monarquía, la instauración de la II República y la terrible Guerra Civil y posterior crisis social y económica. Sevilla no estaba para inaugurar nuevos monumentos y habrá que esperar varias décadas para que las calles sevillanas vuelvan a engalanarse con esculturas.


Empezamos el recorrido por la escultura monumental de la época de la Dictadura y primeros años de la democracia con el monumento erigido en honor a Francisco de Zurbarán. Murillo y Velázquez ya contaban con su homenaje desde la segunda mitad del siglo XIX pero el tercer gran pilar de la pintura barroca sevillana tendrá que esperar al siglo XX para contar con su monumento. Se trata en realidad de una escultura anterior al período en el que nos encontramos, pero que por su carácter moderno sirve como prólogo a la escultura que se hará a partir de los años cincuenta. El monumento a Zurbarán fue auspiciado por un grupo de extremeños y se realizó por medio de suscripción popular para ser colocado delante del Pabellón de Extremadura de la Exposición Iberoamericana, si bien no se inauguró hasta 1932. De su factura se encargó el escultor Aurelio Cabrera Gallardo y llama la atención por su modernidad, empleando un lenguaje que si bien no abandona lo figurativo, tiene un cierto toque cubista tanto en la propia figura como en el alto pedestal de granito donde se apoya. En los años cincuenta se instalará en su actual ubicación, en la Plaza de Pilatos. 

Diosa Ceres, Juan Luis Vassallo. Imagen de Leyendas de Sevilla

No será hasta finales de los años cuarenta cuando nos encontremos con una nueva intervención urbana de gran calado que incluya un elemento escultórico. Se trata de la escultura dedicada a la diosa Ceres que se instaló en la nueva fachada del Mercado de la Encarnación tras las obras de prolongación del eje Martín Villa-Laraña hacia la actual calle Imagen. Con motivo de esta remodelación urbana se derribó en 1948 parte del Mercado creando la plaza de la Encarnación y construyéndose una nueva fachada a la nueva calle que incluía una fuente con esta escultura mitológica realizada por Juan Luis Vassallo. Estamos en plena dictadura y como no podía ser de otro modo la estética elegida es plenamente figurativa y muy en línea con lo que se había realizado para la Exposición Iberoamericana, si bien resulta llamativo que una escultura urbana mostrase su torso desnudo. Con los años, el Mercado se derribará por completo y Ceres acabará decorando uno de los patios de la Casa de los Pinelo, cobijada en una hornacina monumental que perteneció a la casa de los Levíes, derribada en estos mismos años setenta.

Glorieta de Luis Montoto, Emilio García Ortiz. Recién restaurada hace unos años

Nuevamente habrá que esperar una década para contemplar otra actuación artística monumental en la ciudad. La Glorieta dedicada al escritor Luis Montoto fue diseñada por el arquitecto Luis Gómez Estern y construida en pleno Parque de María Luisa en 1959. Entre los elementos ornamentales que la componen destaca el conjunto realizado por Emilio García Ortiz, formado por un espectacular mural cerámico de gran belleza y una figura femenina recostada que al parecer en su origen fue de bronce y que posteriormente en una restauración se sustituyó por otra cerámica. La Glorieta ha sido restaurada en varias ocasiones pero su extrema delicadeza y el nulo respeto de ciertos individuos hacia lo público impiden que los ciudadanos puedan disfrutar durante mucho tiempo de ella. Años lleva en este estado de abandono y cada vez son más los elementos desaparecidos.

Glorieta de Luis Montoto, Emilio García Ortiz. Estado actual


Tras años de autarquía, la Dictadura comenzó a abrirse al mundo en los años sesenta logrando una susceptible mejora económica en el país. Este nuevo período vendrá marcado por un importante programa de reformas urbanísticas que legará nuevos barrios a la ciudad y algunas intervenciones artísticas. En el año 1963 se le encargaba al escultor Antonio Cano Correa una pieza escultórica para la recién inaugurada Plaza de Cuba en el barrio de Los Remedios. El resultado fue 'Muchachas al Sol', una pieza muy en línea con la obra de Henry Moore, donde el autor juega con los volúmenes por medio del uso del vacío para crear las formas, una técnica ya empleada décadas atrás por Julio González. La obra fue criticada hasta la saciedad (entre otros por Romero Murube) y el Ayuntamiento no tuvo más remedio que retirarla y 'esconderla' en el Parque de María Luisa. Años después, en 1981, se instala en la Glorieta de Las Cigarreras donde permanece a día de hoy. La última afrenta hacia esta escultura ha sido su exposición al riego automático de los jardines, un hecho que ha provocado su amarilleamiento debido a la alta cantidad de minerales que tiene el agua en esta zona. Cualquiera que pase ahora por la zona podrá comprobar que lo que fue piedra blanca ahora tiene un color rojizo que a estas alturas será prácticamente imposible de eliminar, sin que el Ayuntamiento haya hecho absolutamente nada para evitar la degradación de la escultura.


Monumento a Juan Sebastián Elcano, Antonio Cano Correa (1973)

Los años setenta serán la década de la recuperación del monumento público en Sevilla y precisamente será en estos momentos cuando se tome como modelo escultórico el prototipo de monumento que seguimos repitiendo a día de hoy, casi cincuenta años después. El primer gran monumento de la década fue el dedicado a Juan Sebastián Elcano, en la Glorieta de los Marineros, junto al Parque de María Luisa. De nuevo Antonio Cano Correa será el encargado de llevar a cabo un conjunto escultórico formado por un mural de piedra con el mapa mundi, una alta columna con relieves alusivos al viaje de Elcano y la figura del propio navegante, de carácter figurativo pero con la particular estética de Cano Correa. El monumento se encuentra dentro de un estanque y rodeado de zonas verdes, en plena glorieta, con un sentido plenamente decorativo debido a la imposibilidad de acceso peatonal.


Antes de que Sevilla recuperara el bronce como elemento principal para sus monumentos públicos, la piedra fue el material utilizado por José Lemus en 1973 para realizar el monumento a Rodrigo de Triana, en la calle Pagés del Corro. Apenas ha transcurrido un año desde la inauguración del monumento a Juan Belmonte en el Altozano donde hubo cierto atisbo de modernidad en su composición, pero Lemus opta por un realismo absoluto en su pieza. A pesar de ello, el carácter barroquizante que le imprime, así como el movimiento y la expresividad de la figura, denotan cierto interés del escultor por hacer algo diferente aunque sin alejarse de lo que todos entendemos por un monumento público de corte tradicional donde el homenajeado es perfectamente reconocible.


El monumento al don Juan Tenorio en la Plaza de Refinadores es el prototipo ideal de la escultura pública que se realizará en Sevilla a partir de estos años. Fundida en bronce y colocada sobre un pedestal de granito gris, fue inaugurada en 1974 y es obra de Nicomedes Díaz Piquero. Vemos cierta herencia de la estatuaria de Susillo e incluso un intento por modernizar la escultura monumental pública pero en realidad poco más avanzará la escultura pública sevillana en décadas posteriores. Viendo esta escultura del don Juan es difícil no pensar en la de Juan de Mesa de la Plaza de San Lorenzo. Lo mismo ocurre con la dedicada a Carmen, el otro gran mito sevillano, en pleno Paseo Colón. Obra de Sebastián Santos Rojas de 1973, el modelo de la escultura de Carmen se repetirá una y otra vez en infinidad de ocasiones, ya sea para dedicarle un monumento a la duquesa de Alba o a Pastora Imperio.



Sin embargo todavía habrá una segunda corriente escultórica que buscará la renovación de la plástica sevillana. Lamentablemente no tendrá el suficientemente éxito como para que su visión perdure en el tiempo, pero nos ha dejado interesantes monumentos que por su originalidad, destacan por encima del resto. La primera gran figura a destacar es la de Manuel Echegoyán que además del friso dedicado a los cargadores del Puerto, en 1974 (los mismos años que Carmen, Belmonte o don Juan) diseña el Monumento al Centenario de la Junta del Puerto de Sevilla, ubicado en la Avenida de Moliní. Echegoyán, libre ya de las cadenas clasicistas de la Dictadura opta por un diseño completamente abstracto e industrial, muy en línea con lo que viene siendo un Puerto. En el monumento, realizado en metal, se distinguen varios elementos industriales como hélices y ruedas dentadas junto a la figura de varios veleros en lo que algunos han querido ver cierta influencia del ready made de Duchamp.


Por último, regresamos a la figura del escultor Emilio García Ortiz que, tras el bello homenaje a Luis Montoto se encargará del monumento a Bartolomé de las Casas, interesantísima obra que realiza en 1984 y que está ubicada en los bajos del Puente de Triana. El vandalismo es una lacra que parece perseguir con especial virulencia a este escultor y de nuevo es difícil contemplar este monumento sin pintadas y destrozos que ya ni tan siquiera se reponen cuando se restaura la escultura. El bloque de piedra representa un friso monumental en el que aparece el fraile dominico que luchó por mejorar la calidad de vida de los pueblos indígenas de América durante la Conquista española. La figura de Bartolomé de las Casas centra la composición separando a soldados e indígenas, a modo de protección de estos últimos. El lenguaje escultórico no abandona lo figurativo pero introduce elementos contemporáneos y formas expresionistas. La parte posterior es un bello mural abstracto donde destaca una frase apenas legible por la desaparición de varias piezas. La protección de este monumento es primordial para evitar su degradación, un mal que, lamentablemente, afecta a conjuntos de todas las épocas.


Los últimos años de la Dictadura establecerán en Sevilla un modelo escultórico para los monumentos públicos que, salvo el paréntesis de la Exposición Universal de 1992, seguimos empleando hoy en día a pesar de su agotamiento. La importancia en nuestra ciudad de la imaginería ha hecho que sean precisamente los imagineros los principales beneficiados en los encargos de arte público, dejando al margen a los escultores contemporáneos que tanto podrían aportar a nuestro patrimonio público. La perseverancia en unos modelos ya caducos ha hecho que piezas de 1929 como la de Zurbarán sean más contemporáneas y vanguardistas que las realizadas en pleno siglo XXI.

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