El desconocido Museo Militar, en Plaza España, conserva la estructura primitiva diseñada por Aníbal González
Poner en valor nuestro patrimonio es una asignatura pendiente que llevamos arrastrando desde hace tiempo. Sevilla presume de su excepcional patrimonio, de ser un potente foco cultural y de recibir con los brazos abiertos el turismo cultural, pero a la hora de la verdad no estamos haciendo bien los deberes. Contar por miles las visitas de la Catedral y el Real Alcázar o tematizar hasta el extremo un barrio de Santa Cruz al que le sangran las paredes de tanto clavo sosteniendo delantales de lunares, es banalizar el Patrimonio, nuestra historia y nuestra identidad. Las jornadas de puertas abiertas que ha organizado el Ayuntamiento para conocer los diferentes pabellones construidos para la Exposición Iberoamericana ha demostrado que existe otra forma de dinamizar el patrimonio, sin necesidad de guías turísticos con micrófonos, sin colas al sol y sin vendedores ambulantes, simplemente se ofrece un producto atractivo, único, y el público acude, ya sean sevillanos o extranjeros. Cualquiera que haya paseado durante estas semanas por los antiguos pabellones se habrá encontrado con guiris plano en mano sentados en bellos bancos decorados con azulejos y también sevillanos que buscaban hueco en su pasaporte para que cupieran los doce sellos.
El Pabellón de Telefónica, una joya regionalista ahogada por las deudas
Existe otra Sevilla, una ciudad completamente desconocida, que aparece en las postales pero a la que poca atención se le presta. El paseo por los pabellones no sólo habrá descubierto bellos edificios como los pabellones de Argentina, Portugal y Telefónica, sino también las miserias de una ciudad incapaz de hacer rentable su patrimonio sin desvirtuarlo ni destruirlo. Ver las entrañas del Pabellón Real habrá causado más de una decepción, las tiendas de campaña delante del de Telefónica por los impagos de la Fundación Forja XXI muestran la precariedad de nuestro sistema social y las deficiencias en el Pabellón de Marruecos o el Casino de la Exposición son incomprensibles en edificios de esta categoría.
La situación del Pabellón Real no puede ser más deprimente con un exterior que se cae a trozos y un interior decepcionante
Dotar de uso a los edificios es el primer paso para asegurar su conservación, un edificio vacío termina por caerse pero si le damos un sentido, seguirá vivo. Así ha ocurrido en los pabellones de Perú, Chile o Argentina, donde se conservan gran parte de sus ricos interiores regionalistas para deleite de inquilinos y visitantes. A día de hoy el Patrimonio heredado de la Exposición Iberoamericana no está, ni mucho menos, puesto en valor. La Plaza de España sigue sufriendo ataques vandálicos que deterioran sus bellos azulejos, los alrededores del Lope de Vega no terminan de adecentarse a pesar de las promesas y los diferentes intentos y la Plaza de América, con un potencial espectacular, sigue esperando lo que ya sólo una lluvia de millones podría arreglar en sus maltrechos edificios.
Fabuloso vestíbulo del Pabellón de Chile, testimonio del poco sevillano estilo art decó
La calidad y excepcionalidad del Patrimonio sevillano es increíble, todos lo sabemos y mucho se ha escrito sobre ello, pero, ¿realmente conocemos los sevillanos lo que tenemos entre manos? ¿De verdad le sacamos el partido que merece? ¿Se hace suficiente desde las administraciones para que estos edificios sean una señal de identidad de la ciudad? El patrimonio no debe ser sólo un decorado digno de postal, debe ser parte del día a día de la ciudad, sólo así se valorará y salvará. Iniciativas como la llevada a cabo durante mayo y junio por el Ayuntamiento son dignas de alabanza pero deberían ser el inicio de un largo camino que nos lleve a disfrutar, cuidar y mimar lo que hemos heredado ya que lo que somos hoy en día lo somos gracias a las generaciones que nos antecedieron y qué mejor forma de honrar su memoria que conservar lo que construyeron.
Lujoso Salón Central del Pabellón de Portugal, un edificio ampliamente desconocido
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